anhela ser amado sin reservas. «Ámame, por Dios. Necesito amor, amor, amor, fuego, entusiasmo, vida...» le suplica a Carlo, su hermano, en una carta[2] escrita el 25 de noviembre de 1822. Este es el signo de su vida, una actitud frente al mundo de rechazo y, a la vez, de anhelo, que si, por un lado, le carga de dolor, por otro, le impide abandonar la lucha que supone vivir. Una experiencia vital, sin ninguna duda, agónica que, a la vez, le incita a evadirse o le sumerge en la aventura de la creación que para él representa la única forma de lograr su identidad