Espectáculo para avestruces

En el camino hablaron poco. Julia dijo que la película era tierna. Lupita dijo que Forrest Gump le daba lástima. Sofía dijo que la vida no era como una pinche caja de chocolates.

Le chupa la sangre. En cualquier momento saltará sobre otro mamífero. Con su miedo. Con su miseria. Con todos sus prejuicios a cuestas.

Cuando alguien decide que su existencia debe ser ejemplar, los otros se convierten en espectadores. Una audiencia necesaria para sostener la ilusión. Así prevalece la verdad escénica.

La señora Marcela es la sirvienta. Por más que lleve treinta años al servicio de la familia y todos la llamemos Mamá Chela, sigue siendo la sirvienta que abre la puerta y me apremia con un gesto humilde porque ya están sentados a la mesa y acaba de servir la sopa

En esta ciudad hay un millón de hijos de puta que por la mañana ruegan y por la tarde le pisan la cabeza a alguien si así conviene

Es un aviso de que mañana, a la una, habrá una reunión de la academia. Habrá galletas, café y maestros imbéciles y pedantes. En esta ciudad hay un millón de hijos de puta que creen saber de lo que hablan. Los profesores de esta universidad encabezan la lista.

Porque hay fronteras que a fuerza de cruzarlas se diluyen. Porque el cuerpo también tiene su memoria.

Parezco un orate que a lo sumo despierta una cierta conmiseración. ¿Qué otra cosa podemos inspirar en nuestros semejantes si no es miedo o lástima?

Por qué a los hombres les cuesta tanto creer que van a morir? Los ojos del policía son dos planetas negros que se extinguen a medida que se desangra. ¿Por qué este saco de mierda en uniforme agoniza sorprendido como un niño?

Las cinco treinta de la mañana. Demasiado temprano para caminar las calles, demasiado tarde para dormir.