Estas páginas se ocupan del amor gratuito, limpio de escorias y egoísmos. Solo ese amor es capaz de orientar la vida en la dirección acertada. Juan de la Cruz, santo y poeta enamorado, no podía contener el fuego que albergaba en su corazón -un fuego que nacía del amor de Dios— sin transmitirlo a los demás. No escribió por escribir, sino que sus vivencias le ardían tanto y quemaban de tal manera sus entrañas que el único remedio que encontró para su “mal” fue comunicarlo, no hablando más que de lo que de verdad estaba viviendo y experimentando. Sus consideraciones son tan altas y sus experiencias tan subidas que no tiene otra salida para poder transmitirlas que echar mano de dos recursos que le ayuden a darse a entender: la poesía y las parábolas, pértigas que utilizó para sobrepasar el listón tan alto que sus propias ansias le imponían.