Cristo sufriente, es también la culminación de su más espléndida omnipotencia: ciertamente, es imposible concebir mayor omnipotencia que la de un Dios que no cesa de ser quien es incluso en la ignominia de su más completa impotencia; no hay signo de omnipotencia tan elocuente como el que una victoria tan magnífica y luminosa como es la suya sobre el mal y el sufrimiento haya sido conseguida precisamente desde los más bajos abismos de la impotencia. Es extraordinario que, para vencer definitivamente el mal, el dolor, la destrucción, Dios se haya hecho impotente, tan impotente que se ha vuelto vulnerable al mal, al sufrimiento y a la muerte. Es impresionante que para mostrar su omnipotencia la divinidad elija un camino tan indirecto y tortuoso como su humillación.