la Tierra no es sustancia inerte, no es un amasijo de materiales exánimes: en ella están depositados los muertos, la totalidad de las huellas de la vida y lo que existió antes de la vida. Sobre ella y dentro de ella sucede nuestro devenir, nutrido, literalmente, por la contrastante yuxtaposición de la muerte y la luz, de la materia y lo inasible. Es un cuerpo celeste a cuya milagrosa fisonomía debemos la existencia.