Todo en ella, en realidad, transmite una seguridad que me recuerda levemente a la que muestra siempre la reina de las hadas.
«Deja de mirarme así.»
Se me escapa una sonrisa que escondo al agachar la cabeza.
«Llevo mirándote así desde hace mucho tiempo, Eirene. Pero es un detalle que te hayas dado cuenta hoy.»
El más leve rubor aparece en sus mejillas, pero podría pasar por el sofoco que provoca en ella el gentío de la sala. Sus labios se curvan un poco más hacia arriba. Asiente al último de sus cortesanos. Está cansada, pero como está también demasiado preocupada por la situación, no puede dejar de estar alerta.
«Eres un adulador, Seaben