. La continua, descarada y repugnante adulación de la gente que le rodeaba le había llevado a un punto en que ya no veía sus propias contradicciones, no analizaba sus actos y palabras a la luz de la realidad, la lógica o al menos el sentido común, y estaba plenamente convencido de que todas sus decisiones, por más insensatas, injustas e incoherentes que fuesen, se volverían sensatas, justas y coherentes solo porque las había tomado él