Mirar de nuevo

Con sinceridad, lo mejor que puedo desearles (y ya que estoy en esto, me lo desearé también a mí) es que aprendamos a vivir de este modo.

Si aprendemos a vivir con agradecimiento, si aprendemos a valorar lo que tenemos en lugar de quejarnos de lo que carecemos, si aprendemos a ver en cada pequeña cosa el regalo que es en realidad, nuestra vida puede transformarse de forma asombrosa.

Estas personas exhiben su historial de esfuerzo, de reconocimiento o, en el peor de los casos, de sufrimiento, para proclamar su derecho a tal o cual cosa. Pero ¿con qué vara se mide cuando alguien realmente “se lo merece”? Y además, ¿no hay otros con los mismos méritos que carecen de aquello que anhelan? Por más merecedores que creamos ser de lo que tenemos, tendremos que aceptar que eso no nos da derecho a considerar que el mundo “sólo me da lo que me corresponde”. Si, tanto amparándonos en la justicia como en el merecimiento, creemos que el mundo nos debe algo, viviremos resentidos al no obtenerlo. Si, por el contrario, renunciamos a esta postura de “acreedores”, podremos aceptar lo que la vida nos depara con sorpresa y alegría y vivir nuestro presente con gratitud.

“Es injusto”, repiten a viva voz, se quejan y le demandan a los que los rodean, al gobierno o al universo que les dé lo que les corresponde. Déjenme que les sea franco: más allá de que no se vulneren nuestros derechos más básicos, no nos corresponde nada. Ni el universo ni los otros tienen obligación alguna de complacer nuestras necesidades ni, menos aún, nuestros deseos. Otra versión algo más refinada del reclamo de justicia es la que se ampara en el merecimiento. Estas personas exhiben su historial de esfuerzo, de reconocimiento o, en el peor de los casos, de sufrimiento, para proclamar su derecho a tal o cual cosa.

En ocasiones, aunque hagamos todo adecuadamente, las cosas no funcionan. Hay una parte que no depende de nosotros y por eso, todo lo que sí hay en nuestra vida, puede también ser considerado un don, un beneficio y un favor.

alivio.

¿Y qué hay de todas las otras cosas que forman parte de nuestra vida? Los logros, los vínculos, las posesiones, los amores, todo aquello que atesoramos… ¿son también “gracias”?, ¿son también “concesiones gratuitas”? Yo diría que sí, en parte. Y digo en parte porque, como he repetido ya demasiadas veces a lo largo de este libro, estoy convencido de que para conseguir cualquiera de estas cosas es imprescindible trabajar en pos de ello, responsabilizarse y poner a cargo de uno mismo la construcción del camino que nos lleve en la dirección que deseamos. Pero, si bien todas éstas son condiciones necesarias, no bastan.

La gratitud es el sentimiento que nos obliga a estimar un beneficio o favor que se nos ha hecho. Dicho de un modo algo redundante, la gratitud es lo que sentimos cuando entendemos que se nos ha concedido una “gracia”. Y una “gracia” es algo que se nos otorga sin que lo merezcamos de modo particular. Se trata de una concesión gratuita, de un don.

La expectativa es el lado dulce de la incertidumbre. ¿Quién no ha sentido el cosquilleo en la piel previo al momento del encuentro con la persona amada? ¿Qué actor o músico no ha “sufrido” una agradable inquietud en los minutos previos a salir a escena? ¿Qué niño no se ha desbordado de emoción mientras abre apresurado el envoltorio de su obsequio de navidad? Estos momentos suelen ser fugaces y muchas veces la ansiedad hace que deseemos que pasen lo antes posible, pero intentemos tomarnos tiempo para paladearlos. Detengámonos unos segundos y saboreemos esa emoción que nos hace sentir tan vivos.

Allí, Frodo, a quien le ha sido encargada la difícil tarea de portar el codiciado anillo, se lamenta del curso que han tomado las cosas, pues ve que sus compañeros de travesía sufren y que las probabilidades de salir victoriosos son escasas. “Yo no quería que esto sucediera”, le dice a su amigo y mentor Gandalf, el mago. Gandalf sonríe, pone una mano sobre el hombro de Frodo y responde: “Nadie quiere que estas cosas sucedan, mi buen Frodo, pero eso no está en ti decidirlo. Todo lo que debes resolver es qué hacer con el tiempo que te ha sido dado”. Hago mías estas palabras para decirte: No está en ti determinar lo que sucede; lo único que debes decidir es qué hacer con el tiempo que tienes.

A mi entender, la clave está en que, dado que nada podemos saber de lo que nos espera, no pretendamos definir nuestro camino pensando en los resultados sino basados en nuestros deseos. Son las intenciones, no las consecuencias, las que deben movernos en determinada dirección. Si nos centramos en qué es lo que sucederá, qué será lo mejor, nos quedaremos paralizados mientras nuestras opciones van disminuyendo, como le ocurrió a Insh’allah.