No siempre se escribe mejor cuando el cuerpo está sano y el alma serena; al contrario, suele ser más fecunda la escritura que nace de la enfermedad, el dolor, la miseria o la locura. Pero de poco servirían tales experiencias –por intensas y sinceras que fueran– si el autor perdiera la lucidez, la fortaleza, la paciencia necesarias para volverlas arte.