Término se volvió contra nosotros con tal furia que temí que fuese a convertirnos en montones de formularios de declaración.
—Ah, sois vosotros —masculló—. Mis fronteras han fallado. Espero que hayáis traído ayuda.
Miré a la niña asustada escondida detrás de él, salvaje y feroz y lista para saltar. Me preguntaba quién protegía a quién.
—Ah…, puede.
La cara del viejo dios se había endurecido un poco más, un hecho que no debería haber sido posible en la piedra.
—Entiendo. Bueno. He concentrado mis últimos restos de poder aquí, alrededor de Julia. ¡Podrán destruir la Nueva Roma, pero no harán daño a esta niña!
—¡Ni a esta estatua! —dijo Julia.
Mi corazón se convirtió en mermelada Smucker’s.