Al cruzar la línea divisoria entre Nuevo León y Tamaulipas, se enciende de forma inevitable una alerta: este lugar es lo más cercano a un Estado fallido, un adjetivo quizá exagerado pero que ya suele usarse de manera común para definir la situación que impera aquí, donde los gobernadores anteriores –emanados del PRI– enfrentan acusaciones serias por vínculos con la mafia.