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José María Arguedas

Los ríos profundos

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  • Jair Alburquerque Balderashas quoted4 years ago
    Me acordé, entonces, de las canciones quechuas que repiten una frase patética constante: «yawar mayu», río de sangre; «yawar unu», agua sangrienta; «puk-tik’ yawar k’ocha», lago de sangre que hierve; «yawar wek’e», lágrimas de sangre. ¿Acaso no podría decirse «yawar rumi», piedra de sangre, o «puk’tik yawar rumi», piedra de sangre hirviente
  • Jair Alburquerque Balderashas quoted4 years ago
    El Viejo ha clamado y me ha pedido perdón —dijo—. Pero sé que es un cocodrilo. Nos iremos mañana. Dice que todas las habitaciones del primer patio están llenas de muebles, de costales y de cachivaches; que ha hecho bajar para mí la gran cuja de su padre. Son cuentos. Pero yo soy cristiano, y tendremos que oír misa, al amanecer, con el Viejo, en la catedral. Nos iremos enseguida. No veníamos al Cuzco; estamos de paso a Abancay. Seguiremos viaje. Este es el palacio de Inca Roca. La Plaza de Armas está cerca. Vamos despacio. Iremos también a ver el templo de Acllahuasi. El Cuzco está igual. Siguen orinando aquí los borrachos y los transeúntes. Más tarde habrá aquí otras fetideces... Mejor es el recuerdo. Vamos
  • Jair Alburquerque Balderashas quoted4 years ago
    Deben de ser. No existían antes. Atrás está la fortaleza, el Sacsayhuaman. ¡No lo podrás ver! Nos vamos temprano. De noche no es posible ir. Las murallas son peligrosas. Dicen que devoran a los niños. Pero las piedras son como las del palacio de Inca Roca, aunque cada una es más alta que la cima del palacio
  • Jair Alburquerque Balderashas quoted4 years ago
    El pongo espetaba en la puerta. Se quitó la montera, y así descubierto, nos siguió hasta el tercer patio. Venía sin hacer ruido, con los cabellos revueltos, levantados. Le hablé en quechua. Me miró extrañado.

    —¿No sabe hablar? —le pregunté a mi padre.

    —No se atreve —me dijo—. A pesar de que nos acompaña a la cocina.

    En ninguno de los centenares de pueblos donde había vivido con mi padre, hay pongos
  • Irasema Fernándezhas quoted4 years ago
    Los indios y cholos las miraban con igual libertad. Y la fama de las chicherías se fundaba muchas veces en la hermosura de las mestizas que servían, en su alegría y condescendencia. Pero sé que la lucha por ellas era larga y penosa. No se podía bailar con ellas fácilmente; sus patronas las vigilaban e instruían con su larga y mañosa experiencia.
  • Irasema Fernándezhas quoted4 years ago
    (¡No! ¡Solo hasta hoy robaron la sal! Hoy vamos a expulsar de Abancay a todos los ladrones. ¡Gritad, mujeres; gritad fuerte; que lo oiga el mundo entero! ¡Morirán los ladrones!)

    Las mujeres gritaron:

    —¡Kunanmi suakuna wañunk’aku! (¡Hoy van a morir los ladrones!)

    Cuando volvieron a repetir el grito, yo también lo coreé.

    El «Markask’a» me miró asombrado.

    —Oye, Ernesto, ¿qué te pasa? —me dijo—. ¿A quién odias?

    —A los salineros ladrones, pues —le contestó una de las mujeres.

    En ese instante llegó hasta nosotros un movimiento de la multitud, como un oleaje. El Padre Director avanzaba entre las mujeres, escoltado por dos frailes. Sus vestiduras blancas se destacaban entre los rebozos multicolores de las mujeres
  • Irasema Fernándezhas quoted4 years ago
    La violencia de las mujeres me exaltaba. Sentía deseos de pelear, de avanzar contra alguien.

    Las mujeres que ocupaban el atrio y la vereda ancha que corría frente al templo, cargaban en la mano izquierda un voluminoso atado de piedras.
  • Irasema Fernándezhas quoted4 years ago
    —¡Qué bruto soy! No me acordaba que tú eres el forastero. Tú no conoces Abancay. Caminas entre los cañaverales de Patibamba. Estás atontado, hermano. Pero yo te abriré los ojos. Te voy a guiar un poco en este pueblo. De lejos y de cerca he mirado a todas las chicas. Y ella es la reina. Se llama Salvinia. Está en el Colegio de Las Mercedes. Vive en la Avenida de Condebamba, cerca del Hospital. Tiene ojos chiquitos y negros. El cerquillo le tapa la frente. Es bien morena, casi negra
  • Irasema Fernándezhas quoted4 years ago
    Por eso, los días domingos, salía precipitadamente del Colegio, a recorrer los campos, a aturdirme con el fuego del valle.
  • Irasema Fernándezhas quoted4 years ago
    Las paredes, el suelo, las puertas, nuestros vestidos, el cielo de esa hora, tan raro, sin profundidad, como un duro techo de luz dorada; todo parecía contaminado, perdido o iracundo.
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