Cuando Adam lo besó, fue como si se concentraran todos los kilómetros por hora que Ronan había hecho de más en su vida. Fue como la suma de todas las carreras nocturnas con las ventanillas bajadas, la piel estremecida y los dientes entrechocando por el frío. Fueron las costillas de Adam bajo las manos de Ronan y la boca de Adam en su boca, una y otra y otra y otra vez. Fue el roce de su barba de un día en los labios y la necesidad de detenerse para recobrar el aliento, para reiniciar su corazón. Los dos eran animales hambrientos, pero Adam llevaba más tiempo ávido de alimento.