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Amélie Nothomb

Una forma de vida

  • Josué Osbournehas quoted4 years ago
    si escribes cada día de tu vida como si estuvieras poseída es porque necesitas una salida de emergencia. Para ti, ser escritora significa buscar desesperadamente la puerta de salida. Una peripecia de la que tu inconsciente es responsable te ha llevado a encontrarla. Permanece en este avión, espera a que llegue. Entregarás los impresos en la aduana. Y tu vida imposible habrá terminado. Serás liberada de tu principal problema, que eres tú misma.
  • Adal Cortezhas quotedlast year
    Si puede servirle de consuelo, usted está lejos de ser el primer mitómano que se dirige a mí. Ni siquiera es usted un mitómano auténtico, ya que es consciente de su propio invento, hasta el extremo de que es el primero en desenmascararse voluntariamente. Entre los que me escriben, están aquellos cuyas mentiras saltaron a la vista desde la primera lectura, aquellos cuyas supercherías tardé cuatros años en detectar y aquellos cuyos trucos aún no he descubierto. Del resto, vuelvo a lo que le decía al principio de mi carta: mientras no perjudiquen a nadie, la mitomanía no me molesta en absoluto.
  • Adal Cortezhas quotedlast year
    El formato, como el estilo, hace al hombre: no se puede hacer nada, al parecer.
  • Adal Cortezhas quotedlast year
    Correo diplomático es un pleonasmo. «Diplomático» tiene por etimología el antiguo griego diploma, «papel doblado por la mitad», es decir pliegue. La diplomacia empezó con la correspondencia. En efecto, una carta puede ser una manera de decir las cosas con amabilidad. De ahí la contaminación histórica de ambas prácticas: un diplomático suele escribir misivas con frecuencia y el estilo epistolar suele adquirir modales diplomáticos.
    La carta se dirige a un lector más que ningún otro escrito. Me puse a esperar la respuesta de este último con una angustia difusa. Curiosamente, no se trataba de impaciencia. La ausencia de respuesta hubiera sido una reacción aceptable.
    Harta de mi vida francesa, me marché a Bélgica a descansar una semana. Durante siete días, experimenté un lujo increíble: el cero epistolar absoluto. Con las cartas ocurre lo mismo que con todo: el exceso resulta tan insoportable como la carencia. Yo he conocido ambos extremos. Sin embargo, creo que prefiero el exceso, aunque eso no significa que no resulte lamentable. La falta de correo, que fue la norma de mi larga adolescencia, te da una impresión de frío, de rechazo, el terrible sentimiento de ser una apestada. El exceso, en cambio, te propulsa a una marea llena de pirañas que buscan arrancarte un bocado. El justo término medio, que debe de resultar la mar de agradable, constituye una terra incognita para mí.
    Ante este callejón sin salida, no conozco más solución que la huida. El lado bueno del asunto radica en vivir una felicidad que no le ha sido revelada a los demás: la satisfacción de no recibir carta alguna y la embriaguez de no tener que escribir ninguna.
    Se trata de una satisfacción muy particular, durante la cual una pequeña voz demoníaca no deja de susurrarte en la cabeza: «No estás abriendo un sobre que pesa una tonelada, no estás trazando las palabras “Querido Fulano”, no estás en el intercambio...» La cantinela de ese susurro interior multiplica el placer por quince.
  • Adal Cortezhas quotedlast year
    En el momento de enviar esa carta no sabía cuál era mi estado de ánimo. Era incapaz de precisar qué parte de mi carta nacía de un sentimiento de cordial sinceridad y qué parte de ironía. Melvin Mapple me inspiraba respeto y simpatía, pero con él se planteaba el mismo problema que con el 100 % de los seres, humanos o no: la frontera. Conoces a alguien, en persona o por carta. La primera etapa consiste en constatar la existencia del otro: puede ocurrir que se transforme en un momento de asombro. En esta fase somos como Robinson y Viernes en la playa de la isla, nos contemplamos el uno al otro, estupefactos, asombrados de que exista en este universo otro tan distinto y tan cercano al mismo tiempo. Existes en mayor medida por cuanto el otro constata y experimenta un estallido de entusiasmo hacia ese providencial individuo que le da réplica. A ese otro le atribuyes un nombre fabuloso: amigo, amor, camarada, anfitrión, colega, depende. Se trata de un idilio. La alternancia entre la identidad y la alteridad («¡Es igual que yo!», «¡Es lo opuesto a mí!») te sumerge en el estupor, en un arrobamiento infantil. Te sientes tan embriagado que no ves llegar el peligro.
    Pero, de repente, el otro está ahí, ante tu puerta. La borrachera se te pasa de golpe, no sabes cómo decirle que no ha sido invitado. No es que hayas dejado de quererle, es que deseas que sea otro, es decir alguien que no sea tú. Sin embargo, el otro se acerca como si quisiera asimilarte o asimilarse a ti.
    Sabes que tendrás que poner los puntos sobre las íes. Hay diversas maneras de proceder, explícitas o implícitas. En cualquier caso, siempre es un momento espinoso. Más de dos tercios de las relaciones no lo consiguen. Aparecen entonces la enemistad, el malentendido, el silencio, a veces incluso el odio. La mala fe preside esos fracasos con la excusa de que si la amistad hubiera sido sincera, el problema no se habría planteado. No es cierto. Que surja esta crisis resulta inevitable. Aunque de verdad adores al otro, no estás preparado para tenerlo en casa.
  • Jośe Carrasco Amadorhas quoted3 years ago
    De nuevo el problema de los límites: otra persona pasa por tu vida, hay que aceptar que pueda salir de ella con la misma facilidad con la que entró. Claro que puedes pensar que no pasa nada, que aquel vínculo sólo era una simple correspondencia. También puedes pensar que callarse no supone el cese de una amistad. Este último argumento resulta más convincente que el anterior. No haces nada, te resignas. Aceptas a los nuevos amigos sin olvidar a aquellos que han optado por el silencio. Nadie sustituye a nadie
  • Jośe Carrasco Amadorhas quoted3 years ago
    Las personas son como países. Resulta maravilloso que haya tantos y que una perpetua deriva de los continentes propicie que se encuentren islas tan nuevas. Pero si esa tectónica de las placas lleva un territorio desconocido hasta tu orilla, la hostilidad aparece de inmediato. Sólo quedan dos soluciones: la guerra o la diplomacia
  • Cristinahas quoted4 years ago
    Lo sabes: si escribes cada día de tu vida como si estuvieras poseída es porque necesitas una salida de emergencia. Para ti, ser escritora significa buscar desesperadamente la puerta de salida.
  • Cristinahas quoted4 years ago
    Es cierto que si Melvin me hubiera escrito para contarme todo eso, tampoco habría podido ayudarle. Pero por lo menos habría podido hablar de ello, en la medida en que la correspondencia es una forma de palabra: la confidencia te salva de la asfixia.
  • Cristinahas quoted4 years ago
    De nuevo el problema de los límites: otra persona pasa por tu vida, hay que aceptar que pueda salir de ella con la misma facilidad con la que entró. Claro que puedes pensar que no pasa nada, que aquel vínculo sólo era una simple correspondencia. También puedes pensar que callarse no supone el cese de una amistad. Este último argumento resulta más convincente que el anterior. No haces nada, te resignas. Aceptas a los nuevos amigos sin olvidar a aquellos que han optado por el silencio. Nadie sustituye a nadie.
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