Cómo hablarle de la derrochadora Rosa, que en trapos y moños se gastaba lo que no tenía ni había de tener nunca, mientras su padre iba hipotecando la mitad de sus rentas al implacable Baltasar Sobrado, que le prestaba primero sobre los lugares de Cardobre, y después sobre otros no menos saneados y productivos? ¿Cómo recordarle su mayor contrariedad, la ineptitud para el estudio del único hijo varón que tenía la familia, aquel Froilancito tan inútil, al cual ni a pescozones se le convencía de que abriese un libro? ¿Cómo insinuarle nada acerca de la extravagante Feíta, otra insensata de diferente temple que Argos, — una de esas calamidades domésticas que es imposible clasificar?