Llegó el día en que los caballeros se acercaron a la aldea donde el Malvado se paraba y escondía quien sabe donde al Dragón. Los caballeros estaban armados hasta los dientes por supuesto : todos excepto Pequeῆito que se había hecho cortes en los incisivos creyendo esa la manera de armarse hasta los dientes. El caballo (digamos así para alabarlo) de nuestro Pequeῆito olfateó en el aire el olor de carne envuelta. La suya. Como estaba acostumbrado al sacrificio, de los demás, intentó retrasar: pero Pequeῆito se había puesto espuelas puntiagudas y malas así que el pobrecito pensó que entre todos los males él era afortunado porqué podía elegir el menor o el peor.