Tres personas -una mujer encinta, un viajero y un hombre que camina-, cada una por alguna poderosa razón que sólo puede evocar la violencia de las llamas que devoran la exótica población de S. Thala, han terminado por encerrarse, en el espacio abierto de una isla. Unicamente ellas tres parecen ocupar el espacio soleado y ventoso de la playa desierta delimitada, a un lado, por el malecón y, al otro, por el río. En su melancólico vaivén, se miran a sí mismas y entre sí en el silencio atemporal, con la mirada hueca y fría de quienes han llegado al final.