Aprendimos sobre el gas mostaza más de lo que queríamos saber: que causaba grandes ampollas llenas de un fluido amarillo, que quemaba la piel, que originaba una ceguera que duraba hasta la muerte. Aunque queríamos que la guerra terminase, y también queríamos volver a casa, y en general no éramos escépticas, y pensábamos que quizá aquélla fuese una guerra justa, no reaccionábamos bien al conocer las historias individuales de otras personas que sufrían por culpa de esas armas. A veces esperábamos que nuestros maridos fracasaran.