Dorian tenía el poder, y luego, ella tenía el poder. Él se lo acababa de ceder, como diciéndole «puedes hacer conmigo lo que te plazca».
—Solo piensas en condes arrodillados, ¿eh, colibrí? Bueno, no importa —canturreó alegremente, levantándose y mirándola con fuego en los ojos—. Me consuela saber que yo por lo menos te he sonrojado entera al hacerlo.
es suyo