Tengo auténtica desesperación por escapar. Ya no me ofrecen ningún consuelo ni el dibujo, ni la música ni la lectura. Siento una necesidad ardiente, ardiente (supongo que les pasará a todos los prisioneros) por ver a otras personas. En sus mejores momentos Calibán es apenas media persona. Yo quiero ver docenas y docenas, con las caras más extravagantes posibles. Es como tener una sed espantosa y tragarse un vaso de agua tras otro. Exactamente eso. En algún sitio leí en una ocasión que nadie puede soportar más de diez años en prisión, ni más de un año confinado en soledad.
Es imposible imaginar en qué consiste estar encerrado cuando disfrutas de libertad. Al principio, piensas: «Bueno, tendría muchísimo tiempo, lo emplearía en leer, no lo pasaría tan mal». Pero luego sí lo pasas mal. Se trata en realidad de la lentitud del tiempo. Juraría que todos los relojes del mundo entero van cien veces más lento desde que yo estoy aquí