Por su gracia y amenidad, estas anécdotas desenfadadas y a menudo extravagantes sobre la vida y las costumbres de los animales fueron una de las fuentes de los bestiarios medievales.
Aquejado de una credulidad excesiva o bien deseoso de hallar lo asombroso y lo bizarro, Claudio Eliano (siglos II-III d.C.) relata extravagancias como las de animales que se enamoran de humanos –una grajilla, un elefante, un áspid, una foca, ánsares…–, e incluso incurre en relatos de bestialismo y canibalismo abyectos; describe seres fabulosos que en la Edad Media se impondrían en la fantasía literaria y popular, como el unicornio y los grifos; compila supersticiones –remedios contra hechicerías, magia simpatética…— y hechos inverosímiles –los lobos cruzan los ríos mordiéndose la cola unos a otros en fila india, el gallo asusta al león y al basilisco, la zorra mata a las avispas para arrebatarles su miel…–. Tales descripciones, desprovistas por completo de cualquier valor científico, son el precio que el autor pagó al gusto de su época por lo curioso y lo exótico, que tuvieron su mejor acomodo en la literatura paradoxográfica, muy característica del período.