La paradoja de esta precariedad normalizada es que, al elegir o perpetuar la “autoprecarización” (Cano 2018: 30), entendida como un deseo de tener condiciones de vida y trabajo “alternativas” (Lorey 2006) que prometen mayor libertad, autodeterminación y autonomía, en cierta medida las productoras culturales contribuyen a reproducir las condiciones económicas y subjetivas que facilitan su propia gobernabilidad