Cuando un hombre y una mujer contraían matrimonio en la era victoriana, los derechos de la mujer se cedían a su marido. Bajo las leyes inglesas, la pareja se convertía en una entidad única, representada por el marido, que pasaba a controlar todo lo referente a la familia: el dinero, las posesiones y el propio destino del matrimonio. Las mujeres se convertían, de hecho, en otra posesión más de sus maridos, que asimismo se convertían en dueños de todo lo que ellas pudieran darles, hijos incluidos.