Pero nunca lo terminó. A la altura de la página treinta, y sin mostrarle nada a nadie —ni siquiera a J., a quien respetaba—, arrancó y quemó lo escrito. La burla que en algunos de sus amigos provocó la intención de mantenerse dentro de los límites del diccionario había sido tal vez demasiado fuerte para él.
—Yo soy un hijueputa obrero, hermano, y a mucha honra —le dijo a J.—. Así que quedate vos con el libro, que a lo mejor vos sabés trabajarlo.