Si no me equivoco, durante aquella velada vi por primera (y única) vez a la poeta Lvova. No muy alta, vestida modestamente de azul, de ojos-cejas-cabello negros, con un fuerte rubor en el rostro, con aspecto muy estudiantil, muy juvenil. Su postura erguida, opuesta a la inclinación de Briúsov. Una perfecta visión del hombre y la mujer: frente a la altivez del orgullo por é l – la condescendencia del orgullo por s í m i s m a. La sensación de felicidad plena de ella, apenas contenida.
Él – la cortejaba.