Tras un largo silencio en el que llego a creer que se ha dormido, Soren murmura:
—Con sinceridad, no me gustaría tener que dejar de tutearte.
Me giro un poco hacia él. Una luz ambarina, suave, revela su figura bocarriba, con los brazos cruzados tras la cabeza y las sábanas cubriéndolo hasta por la mitad del pecho.
—A mí tampoco —confieso.
Luego, sí que nos quedamos en silencio. Nos quedamos dormidos.