A su lado, Soren aguarda también, con la espada envainada a un lado de su cadera, el pelo peinado hacia atrás y una sonrisa discreta, nerviosa, que no se molesta en ocultar.
Me gusta que no lo intente; o que lo intente y no le salga. Que no pueda esconder las ganas que tiene de verme, de que me acerque. Lo hace vulnerable, y esa vulnerabilidad es un regalo, una concesión: es una muestra de que confía en mí tanto como yo confío en él.
No hace falta reprimirse.
Desmonto a unos metros, donde también lo hacen Vanja y Amaltea, pero yo tardo infinitamente menos en bajar, abandonar a mi montura y salir disparada hacia Soren.
Quizá pretendía mantener la compostura. En algún momento de mi carrera, deja de importarle. Se lanza también hacia mí, rodea mi cintura con sus brazos y me alza en un arrebato cuando yo lo abrazo para besarlo.
Tomo su rostro entre mis manos. Sus labios susurran contra los míos:
—Te he echado de menos.
Y alguien carraspea a mi espalda.
—Majestad —dice Vanja, con ese tono burlón e irreverente al que ya me he acostumbrado—. Me alegra ver que te hace tanta ilusión vernos a todas.
Soren se aparta, un poco avergonzado, y se pasa la mano por el pelo mientras mira a su alrededor, a toda la corte que espera una señal, un permiso, para acercarse a saludar.
—Siempre es un placer volver a verte. Ya lo sabes —le responde, divertido—. ¿Habéis tenido una vuelta agradable?
Vanja bufa y hace un gesto desdeñoso con la mano, quitándole importancia.
—Necesito un baño.
—Necesitas recibir a quienes han venido a verte —replica Amaltea.
Vanja la mira con las cejas arqueadas. Sin embargo, por alguna razón que se me escapa, no emprende su marcha. Se cruza de brazos y permanece en su sitio. ¿Está siguiendo un consejo de Amaltea?
Elnath se adelanta dos pasos para dar un beso en la mejilla a Vanja y, después, toma de la mano a Amaltea para inclinarse un poco y besarla.
—Amaltea, estás… —No termina de hablar.
Permanece inmóvil, sin dejar de mirarla, con los labios entreabiertos y las siguientes palabras pendiendo de ellos. Al final, fuerza una sonrisa que no se parece a la que tenía cuando nos ha visto aparecer, cuando la ha visto a ella, y murmura:
—Me alegra veros a todas sanas y salvas.
Yo también me acerco para darle un abrazo.