Tampoco desvelaban sus verdaderas intenciones geoestratégicas los miembros de la alta burguesía que empezaron a hacer viajes «de placer» al mismo tiempo que nacía la hostelería moderna: los reyes europeos se reunían con los grandes filántropos estadounidenses en los salones del Ritz, un hotel creado para las clases altas y viajeras que necesitaban un palacio provisional en el que alojarse, mientras los grandes arqueólogos decimonónicos expoliaban patrimonio ajeno en las colonias. Todo se cubría con una pátina ilustrada, aventurera y noble. Fue en este tiempo cuando viajar se convirtió en una actividad prestigiosa (¿existe acaso algún pijo que no sea «muy viajero»?).