Mauricio Vélez Upegui

Aristóteles califica las distintas formas aludidas como “imitaciones” o, mejor, como manifestaciones concretas de una disposición imitativa.

Cierto que, de entrada, podría ensayarse una traducción, e indicar que “mímesis”, como signo lingüístico, vale semánticamente por “imitación” o por uno cualquiera de los sinónimos que ofrece la lengua española:

Digamos, mejor, que la expresión mímesis se inscribe en un ámbito mucho más amplio de la vida social griega, en el cual se ponen en juego complejos y diversos problemas vinculados con el fenómeno de la “representación figurada” (así llamado por Benveniste, y reproducido por Vernant, 2002, p. 152); el ámbito

en el que una comunidad se ve en la necesidad no solo de plasmar en objetos materiales y creaciones espirituales su captación de la realidad sensible y ultramundana, sino también de interrogarse acerca de las implicaciones que acarrea tal actividad.

Es, pues, la tragedia, imitación de una acción”

En la primera, nos ocuparemos de exponer el modo como una sociedad (en especial, la sociedad ateniense del siglo V a. C.), se dispone a servirse de materiales y técnicas diferentes con el propósito de construir imágenes de la realidad, ya sea esta física, ya sea mental, y dotarlas, consecuentemente, de una función y una significación particulares.

En el desarrollo de esta sección, notaremos cómo Atenas, al enfrentarse a los problemas que entraña la actividad representativa en general, y la religiosa en particular, poco a poco construye un vocabulario cuyo poder expresivo y re

ferencial anticipa el versátil dominio de la actividad poético-teatral.

En la segunda, estableceremos un cotejo entre la concepción platónica y aristotélica respecto de la noción de mímesis, en el entendido de que para ambos filósofos tal noción constituye el fundamento artístico del género dramático (del género que aloja las especies del ditirambo, la tragedia, la comedia y el drama satírico).

En el despliegue de esta parte, tendremos oportunidad de percibir que aquello que Platón condena y censura con dureza intelectual y severidad moral es justamente lo que Aristóteles aprueba y reivindica con beneplácito cognoscitivo y aplomo ético.