¿Qué podemos y debemos hacer para que estos instrumentos preciosos, finísimos, divinos, que emplea el Espíritu Santo para nuestra santificación, alcancen en nosotros su completo desarrollo?
Tres cosas: la primera es acrecentar en nuestros corazones la caridad, porque la raíz de los dones es la caridad. Porque amamos, por eso podemos recibir las santas inspiraciones del Espíritu Santo; hasta en el amor humano, ¿no hay como un vislumbre de ese privilegio prodigioso que tiene el amor divino de unirnos con el Espíritu Santo y de escuchar sus santas inspiraciones? Cuando se ama, aun con el amor terreno, se tienen intuiciones para descubrir los pensamientos y los deseos de la persona amada que no pueden suplirse con ninguna ciencia.
¿No vemos cómo las madres adivinan, por decirlo así, las necesidades y los deseos de sus hijos pequeñitos? Una persona experimentada puede perfectamente no entender lo que quiere un niño, una madre lo entiende; no es la inteligencia lo que descubre ese misterio, es el corazón; el corazón tiene intuiciones que el espíritu no comprende.
Y si hasta el pobre amor humano, tan imperfecto y deficiente, tiene intuiciones misteriosas; si el que ama ve, si el que ama escucha, si el que ama vislumbra, si el que ama adivina, tratándose de ese amor sobrenatural que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, que es la caridad, con mayor razón se tendrán esas divinas intuiciones.
En la proporción en que la caridad aumenta, aumentan también y se desarrollan los dones. Por eso, en los santos descubrimos los actos propios de los dones del Espíritu Santo, porque han llegado a un alto grado de caridad. Quienquiera que acrecienta su caridad, perfecciona los dones del Espíritu Santo. Es el primer medio de desarrollar en nosotros esos instrumentos preciosos y divinos.
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El segundo medio consiste en desarrollar en nosotros las virtudes; las virtudes están a nuestra disposición, son los instrumentos de nuestro trabajo espiritual.
Por medio de las virtudes infusas, que recibimos también con la gracia de Dios, podemos ir perfeccionando una por una todas nuestras facultades y disponiéndolo todo en nuestra vida interior. Y a medida que las virtudes crecen, se prepara, por decirlo así, el terreno para que el Espíritu Santo venga y con un trabajo más fino y exquisito consume nuestra obra.
Para continuar la comparación que puse al comenzar, así como el pintor genial pone los rasgos de su inspiración en el lienzo cuando sus discípulos aventajados han hecho ya la preparación conveniente, así como él interviene cuando está preparada la tela, dispuestos los colores y esbozado el cuadro que trata de trazar, así también, cuando nosotros, por nuestra parte, hemos realizado nuestra obra por medio de las virtudes, entonces el Espíritu Santo interviene con sus dones y consuma nuestra obra.
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La tercera cosa que podemos hacer para que se desarrollen en nosotros los dones del Espíritu Santo consiste en ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu divino