El celibato, antes que una norma eclesiástica, es un don de Dios para el sacerdote y para la iglesia, que esta vinculado a la entrega total al Señor en una relación exclusiva, también en la dimensión afectiva. Esto supone una profunda intimidad con Cristo, que sin duda es capaz de saciar y trasformar el corazón de sus ministros.
Ante todo, el celibato es signo y estimulo de la caridad pastoral; brota de la experiencia personal del amor incondicional de Dios que suscita la entrega total a Él y al servicio de los hermanos.
Como dice el concilio Vaticano II: “Por la virginidad o el celibato a causa del reino de los cielos, los presbíteros se consagran a Cristo de una manera nueva y excelente y se unen más fácilmente a él con un corazón no dividido.