Las prisas de la ruina es una crónica del dolor, ese que no salpica las hojas porque rueda hacia adentro y es una quemadura en el estómago. El dolor que nos hace maldecir al aire y morder las palabras que intentan describir la derrota.
Es también una crónica de amor al padre, a ese árbol que dejó sus raíces anudadas al bastidor de las tardes, al temblor de la piel, en las ramas del sauce. Un hombre quiere brillar en las escamas de los peces y se diluye en música, en la voz de profetas, en el mar de la memoria.
Hay prisa en las palabras que intentan sujetar, retrasar, derrotar la muerte y el olvido. Este libro logra ese prodigio. Solo la poesía puede nombrar, trazar ese vértigo.