Los vampiros son, así, «problemas perversos» de la naturaleza del ser.
Al examinar el vampirismo desde esta perspectiva, la
vampirología se asocia al místico neoplatónico Pseudo Dionisio Areopagita, cuya «teología negativa» se basa en la noción de lo divino como «en sombra, oscuro y ausente [...] no porque no esté en todo, sino porque está superlativamente más allá de la comprensión humana». Eugene Thacker, el filósofo contemporáneo del horror, acuña la expresión de «iluminación negra»: La iluminación negra es el grado cero del pensamiento, inaccesible a los sentidos, ininteligible al pensamiento, imposible de experimentar: todo lo que queda es el residuo de un pensamiento congelado, mínimo, de una epifanía enigmática [...] En la iluminación negra, el pensamiento no existe, pero, en cambio, sí subsiste, persiste e incluso resiste. En la iluminación negra toda experiencia conduce a la imposibilidad de experiencia, desde la plenitud del miedo al vacío del pensamiento.
De ahí que Thacker y otros filósofos como Graham Harman
afirmen que la literatura de terror se plantea las mismas preguntas con respecto a lo sobrenatural e inefable que antes atañían a la religión y el misticismo. Sin embargo, al igual que la ciencia médica, la filosofía ilustrada y la teología racional, la literatura de terror existe en el mundo secular y empírico que «en última estancia,
cuestiona la capacidad humana de saber nada en absoluto».