—¿Qué quiero hacer? —repitió. Pareció… no sorprendido exactamente, pero quizá un tanto anonadado—. Quiero… Quiero… —Pestañeó, y luego fijó sus ojos en los de ella—. Te quiero a ti.
Billie se quedó sin respiración.
—Te quiero a ti —repitió, y fue como si toda la habitación temblara. El aturdimiento abandonó su mirada, y sus ojos reflejaron algo intenso.
Voraz.
Billie se quedó sin palabras. Solo pudo observar mientras él se acercaba y el aire entre los dos se volvía más ardiente.
—No quieres hacer esto —dijo ella.
—Oh, sí. Quiero hacerlo.
Pero él no quería. Ella sabía que él no quería hacerlo, y sentía que se le rompía el corazón, porque ella sí lo deseaba. Ella quería que él la besara como si fuera la única mujer que él anhelaba besar, como si fuese a morir si no rozaba sus labios con los de ella.
Quería que él la besara y que lo sintiera.
—No sabes lo que haces —dijo, retrocediendo un paso.
—¿Eso crees? —murmuró él.
—Has estado bebiendo.
—Solo lo suficiente como para que sea perfecto.
Billie pestañeó. No tenía ni idea de qué significaba eso.
—Vamos, Billie —se burló él—. ¿Por qué tantas dudas? No es típico de ti.
—Tú no eres así —replicó ella.
—No tienes ni idea. —Se acercó todavía más; sus ojos brillaban de una manera que ella sentía terror de definir. Extendió su mano y tocó su brazo, solo un dedo sobre su piel, pero fue suficiente para hacerla temblar—. ¿Cuándo te has negado a un desafío?
Ella sintió un nudo en el estómago, su corazón estaba desbocado, pero, aun así, tensó los hombros en una línea recta.
—Nunca —respondió, mirándolo directamente a los ojos.
Él sonrió, y su mirada se volvió ardiente.
—Esa es mi chica —murmuró él.
—No soy…
—Lo serás —susurró él, y antes de que ella pudiera pronunciar otra palabra, su boca apresó la de ella en un beso ardiente.