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E. Annie Proulx

Brokeback Mountain

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De la ganadora del premio Pulitzer Annie Proulx, una historia inolvidable de amor y violencia. Ennis del Mar y Jack Twist son dos rancheros que se conocen cuando aceptan un trabajo para apacentar juntos un rebaño por encima de la zona arbolada en Brokeback Mountain. Ese verano surgirá entre ellos una intensa historia de amor. Con una prosa evocadora, Annie Proulx narra esta estremecedora historia de amor entre dos vaqueros, una historia capaz de sobrevivir a todo excepto a la salvaje intolerancia del mundo que los rodea.
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47 printed pages
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Impressions

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Quotes

  • Coralinehas quotedlast month
    —Un paisaje de Brokeback Mountain.

    —¿Está en el condado de Fremont?

    —No, más al norte.

    —No he pedido ninguna de esas. Espera, voy a por la lista de pedidos. Si la tienen, puedo encargarte un centenar. Además, ya me tocaba encargar más postales.

    —Con una me basta —contestó Ennis.

    Cuando llegó —treinta centavos—, Ennis la puso en la pared de su remolque, con una chincheta cobriza en cada esquina. Debajo clavó un clavo y colgó la percha de alambre con las dos camisas. Se echó atrás y contempló el conjunto con los ojos escocidos por las lágrimas.

    —Jack, te juro… —dijo, pero Jack nunca le había pedido que jurara nada, ni él tampoco era aficionado a jurar.

    Por aquella época Jack empezó a aparecérsele en sueños; Jack tal como lo había visto la primera vez, la cabeza cubierta de rizos, sonriente, los dientes saltones, hablando de mover el culo y hacer algo con su vida, pero la lata de judías que se balanceaba sobre un tronco con un mango de cuchara sobresaliendo también estaba allí, en una imagen de tebeo de colores chillones que daba a sus sueños un regusto de cómica obscenidad. El mango de la cuchara era de los que podrían usarse como palanca para cambiar una rueda. Y a veces Ennis se despertaba apesadumbrado, otras con la antigua sensación de dicha y liberación; la almohada estaba a veces húmeda, otras veces las sábanas.

    Había un abismo entre lo que sabía y lo que trataba de creer, pero no podía hacer nada al respecto, y cuando algo no tiene remedio, hay que aguantarse.
  • Coralinehas quotedlast month
    La vieja camisa que Jack usaba en los tiempos de Brokeback. La sangre seca de la manga era sangre de Ennis, el chorretón que le había salido por la nariz la última tarde en la montaña, cuando Jack le pegó un formidable rodillazo en pleno fragor de sus contorsionadas luchas cuerpo a cuerpo. Jack restañó con la manga de su camisa la sangre que había por todas partes, que los había pringado de pies a cabeza, pero no sirvió de nada porque de pronto Ennis se enderezó y de un puñetazo dejó tirado entre la aguileña silvestre al alicaído ángel auxiliador.

    La camisa le pareció pesada hasta que descubrió que tenía otra dentro, unas mangas cuidadosamente encajadas en las otras. Era su propia camisa de cuadros, perdida hacía mucho tiempo, según creía él, en alguna maldita lavandería, su camisa sucia, con el bolsillo desgarrado y sin algunos botones, robada y escondida allí por Jack, dentro de su camisa, como dos pieles superpuestas, dos en una. Apretó el rostro contra la tela, inhaló despacio por la boca y la nariz, queriendo percibir un leve rastro del humo, la salvia de la montaña y el agridulce tufillo de Jack, pero no era un aroma real, solo un recuerdo, la fuerza imaginaria de Brokeback Mountain, de la que nada quedaba salvo lo que sostenía en las manos.
  • Coralinehas quotedlast month
    —Para que te enteres, yo también sé dónde está Brokeback Mountain. El muy jodido se creía demasiado especial para que lo enterrásemos en el cementerio con el resto de la familia.

    Haciendo caso omiso de esa salida, la madre de Jack dijo:

    —Venía a casa todos los años, incluso después de casarse y establecerse en Texas, y dedicaba una semana a echar una mano a su padre con el rancho, reparar las verjas, segar, un poco de todo. He conservado su habitación tal como estaba cuando era pequeño y creo que a él le gustaba así. Sube a verla si quieres, por favor.

    —Aquí no hay nadie que me ayude —gruñó el viejo—. Jack siempre decía: «Ennis del Mar», siempre decía: «Un día de estos voy a traerlo por aquí y entre los dos pondremos el maldito rancho en forma». Estaba rumiando la idea de que los dos os ibais a instalar aquí, ibais a construir una cabaña de troncos y a ayudarme a llevar el rancho y a levantarlo. Luego, esta primavera tenía otro amigo con el que iba a venir aquí, a construirse una casa y echar una mano en el rancho, no sé qué ranchero vecino suyo de Texas. Iba a separarse de la mujer y a volver aquí. Eso decía. Pero como la mayoría de las ideas de Jack, se quedó en idea.
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