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E. Annie Proulx

Brokeback Mountain

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  • Coralinehas quotedlast month
    —Un paisaje de Brokeback Mountain.

    —¿Está en el condado de Fremont?

    —No, más al norte.

    —No he pedido ninguna de esas. Espera, voy a por la lista de pedidos. Si la tienen, puedo encargarte un centenar. Además, ya me tocaba encargar más postales.

    —Con una me basta —contestó Ennis.

    Cuando llegó —treinta centavos—, Ennis la puso en la pared de su remolque, con una chincheta cobriza en cada esquina. Debajo clavó un clavo y colgó la percha de alambre con las dos camisas. Se echó atrás y contempló el conjunto con los ojos escocidos por las lágrimas.

    —Jack, te juro… —dijo, pero Jack nunca le había pedido que jurara nada, ni él tampoco era aficionado a jurar.

    Por aquella época Jack empezó a aparecérsele en sueños; Jack tal como lo había visto la primera vez, la cabeza cubierta de rizos, sonriente, los dientes saltones, hablando de mover el culo y hacer algo con su vida, pero la lata de judías que se balanceaba sobre un tronco con un mango de cuchara sobresaliendo también estaba allí, en una imagen de tebeo de colores chillones que daba a sus sueños un regusto de cómica obscenidad. El mango de la cuchara era de los que podrían usarse como palanca para cambiar una rueda. Y a veces Ennis se despertaba apesadumbrado, otras con la antigua sensación de dicha y liberación; la almohada estaba a veces húmeda, otras veces las sábanas.

    Había un abismo entre lo que sabía y lo que trataba de creer, pero no podía hacer nada al respecto, y cuando algo no tiene remedio, hay que aguantarse.
  • Coralinehas quotedlast month
    La vieja camisa que Jack usaba en los tiempos de Brokeback. La sangre seca de la manga era sangre de Ennis, el chorretón que le había salido por la nariz la última tarde en la montaña, cuando Jack le pegó un formidable rodillazo en pleno fragor de sus contorsionadas luchas cuerpo a cuerpo. Jack restañó con la manga de su camisa la sangre que había por todas partes, que los había pringado de pies a cabeza, pero no sirvió de nada porque de pronto Ennis se enderezó y de un puñetazo dejó tirado entre la aguileña silvestre al alicaído ángel auxiliador.

    La camisa le pareció pesada hasta que descubrió que tenía otra dentro, unas mangas cuidadosamente encajadas en las otras. Era su propia camisa de cuadros, perdida hacía mucho tiempo, según creía él, en alguna maldita lavandería, su camisa sucia, con el bolsillo desgarrado y sin algunos botones, robada y escondida allí por Jack, dentro de su camisa, como dos pieles superpuestas, dos en una. Apretó el rostro contra la tela, inhaló despacio por la boca y la nariz, queriendo percibir un leve rastro del humo, la salvia de la montaña y el agridulce tufillo de Jack, pero no era un aroma real, solo un recuerdo, la fuerza imaginaria de Brokeback Mountain, de la que nada quedaba salvo lo que sostenía en las manos.
  • Coralinehas quotedlast month
    —Para que te enteres, yo también sé dónde está Brokeback Mountain. El muy jodido se creía demasiado especial para que lo enterrásemos en el cementerio con el resto de la familia.

    Haciendo caso omiso de esa salida, la madre de Jack dijo:

    —Venía a casa todos los años, incluso después de casarse y establecerse en Texas, y dedicaba una semana a echar una mano a su padre con el rancho, reparar las verjas, segar, un poco de todo. He conservado su habitación tal como estaba cuando era pequeño y creo que a él le gustaba así. Sube a verla si quieres, por favor.

    —Aquí no hay nadie que me ayude —gruñó el viejo—. Jack siempre decía: «Ennis del Mar», siempre decía: «Un día de estos voy a traerlo por aquí y entre los dos pondremos el maldito rancho en forma». Estaba rumiando la idea de que los dos os ibais a instalar aquí, ibais a construir una cabaña de troncos y a ayudarme a llevar el rancho y a levantarlo. Luego, esta primavera tenía otro amigo con el que iba a venir aquí, a construirse una casa y echar una mano en el rancho, no sé qué ranchero vecino suyo de Texas. Iba a separarse de la mujer y a volver aquí. Eso decía. Pero como la mayoría de las ideas de Jack, se quedó en idea.
  • Coralinehas quotedlast month
    —¿Está enterrado ahí? —Quería maldecirla por haber dejado que Jack muriera en un camino de tierra.
  • Coralinehas quotedlast month
    «Sí, Jack estaba hinchando una rueda de la camioneta en un camino vecinal y el neumático estalló. Por lo visto la válvula estaba estropeada, y la fuerza de la explosión lanzó la llanta contra su cara, le rompió la nariz y la mandíbula y lo dejó inconsciente tirado boca arriba. Cuando pasó alguien por allí ya se había ahogado en su propia sangre».

    No, pensó Ennis, lo machacaron con una palanca.
  • Coralinehas quotedlast month
    Ennis no supo del accidente hasta varios meses después, cuando la postal que había enviado a Jack diciendo que noviembre seguía pareciendo su primera oportunidad le fue devuelta con la palabra FALLECIDO estampada encima. Marcó el teléfono de Childress de Jack, algo que antes solo había hecho una vez, cuando Alma se divorció de él, y Jack había interpretado mal el motivo de la llamada y había recorrido casi dos mil kilómetros rumbo al norte para nada. Esta vez todo saldría bien, Jack cogería el teléfono, tenía que cogerlo él. Pero no lo hizo.
  • Coralinehas quotedlast month
    —Es hora de recogerse en la cuadra, vaquero. Me tengo que ir. Vamos, estás durmiendo de pie como un caballo.

    Y zarandeó a Jack, le dio un empujón y se alejó en la oscuridad. Jack oyó el chasquido de sus espuelas al montar, la frase «nos vemos mañana», el resoplido estremecido del caballo, el rechinar de los cascos sobre la piedra.

    Tiempo después, el somnoliento abrazo cristalizó en su memoria como el único momento de simple y encantadora felicidad en sus vidas separadas y difíciles. Nada lo empañó, ni siquiera saber que Ennis no lo había abrazado cara a cara porque no quería ver ni sentir que era Jack aquel a quien tenía en los brazos. Y quizá, pensaba Jack, nunca habían llegado mucho más lejos. Déjalo como está, déjalo como está.
  • Coralinehas quotedlast month
    Lo que Jack recordaba, y anhelaba de un modo que no podía dominar ni comprender, era aquella ocasión en el remoto verano en Brokeback en que Ennis se le acercó por detrás y lo estrechó entre sus brazos, aquel abrazo silencioso que satisfizo un hambre compartida y asexuada.
  • Coralinehas quotedlast month
    —¿Qué te parece esta? —replicó Jack—, y soy yo el que solo te lo va a decir una vez. Para que te enteres, podríamos haber estado muy bien juntos, cojonudamente bien. Pero tú no quisiste, Ennis, así que ahora nos queda Brokeback Mountain. Todo se basa en eso. Es todo lo que tenemos, tío, esa es la puta verdad, y espero que te enteres de una vez por todas aunque nunca te enteres de lo demás. Cuenta las pocas veces que nos hemos visto en estos puñeteros veinte años. Mide la correa con la que me tienes atado corto, y después pregúntame sobre México, y luego dime que me vas a matar porque necesito algo que casi nunca recibo. No tienes ni puta idea de lo mal que se pasa. Yo no soy como tú. No me bastan un par de polvos de alta montaña una o dos veces al año. Me tienes destrozado, Ennis, hijo de la gran puta. Ojalá supiera cómo dejarte.

    Todo lo que no se habían dicho durante años y ya no se podían decir, confesiones, declaraciones, vergüenzas, culpas, miedos, se alzó entre ellos como enormes nubes de vapor de un manantial de aguas termales en invierno. Ennis se quedó como si le hubieran disparado al corazón, el rostro grisáceo y con arrugas muy marcadas, una mueca en los labios, los párpados atornillados, los puños apretados; las piernas le cedieron, y cayó de rodillas al suelo.
  • Coralinehas quotedlast month
    Ennis rodeó a Jack con el brazo, lo atrajo hacia sí,
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