Después de mirar con detenimiento los caracteres, toma el lápiz y copia en el cuaderno la palabra. Nunca antes se había topado con un idioma de reglas tan complicadas. Los verbos cambiaban de forma según el caso, el género y el número del sujeto, y de acuerdo al tiempo, al modo y a las tres voces. Gracias a todas esas meticulosas reglas increíblemente elaboradas, las oraciones eran simples y claras. No era necesario especificar el sujeto ni tampoco respetar el orden de las unidades sintácticas. Esa única palabra, que era un verbo en voz media y en tiempo perfecto —lo cual indicaba que la acción se había completado—, y con un sujeto varón y en tercera persona, expresaba de manera sintética que «Él había intentado matarse alguna vez».