Mientras te leo, Césaire, acostado en una hamaca que cuelga de un nanche a un árbol de mango, he vuelto a ver gallinas de Guinea en ronda de corrales.
En el basurero del río, un cuarteto de zopilotes se alimenta con los restos de un gato.
Tengo cinco años o doscientos y no he nacido como estaba previsto.
“No sirves para nada”, manda decir mi padre con el último de sus amigos muertos.
Negriazul es la estampa de masculinos pichos mitoteros.
Un gallo blanco pisa a una gallina blanca hasta sepultarla.
Pasa el loco Mateo a todo galope, desafiando la cordura del viento.
¡Si Graciela estuviera aquí, arrancando tus páginas!
Mas estoy solo, Césaire, inmóvil en la hamaca, suplicándole a tus palabras para que desde su impureza luchen por la claridad.