Atados a la columna
Podría imaginarse que lo que sigue es fruto o exageración de la amistad y de la cortesía. Pero la verdad es que los domingos empiezo a leer el periódico El País por la última página, en el lado diestro, donde se publica la columna de Vicent. Allí puedo encontrar, si busco noticias, lo que está de rabiosa actualidad desde hace un montón de años: la ironía, el amor, la melancolía, la belleza. A la postre— o al principio si, como yo, se empieza por la última página-, aparecen estos comentarios de Manuel Vicent un poco como quien no quiere la cosa, como si hablara de algo que está pasando casi sin darnos cuenta, de aquello que ya fue y aún está siendo, y se cumpliera el dicho platónico de que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Uno descubre lo extraordinarios que son los sucesos que ocurren cotidianamente a nuestro alrededor, y de que la realidad es una de las cosas más raras que existen.
El elegante estilo de Vicent hace que a veces no lleguemos a apreciar lo certero del pensamiento, de lo que esconde la frase perfecta, de lo que el destello no nos deja ver. Pero ahí está. A las columnas de Manuel no les sobra ni un adjetivo, todo es sustantivo. Es la rabia de la razón, la belleza de la idea. Pocas de las columnas hablan de la política nacional, así que su actualidad va más allá del día a día, o de lo que se perpetró— ya en el ayer del periódico que tenemos en las manos- por los fautores de este o aquel estropicio político.
Admiro siempre de la concisión y la síntesis de los textos. Me viene a la mente la prosa densa y conceptual de Gracián. Una manera de mirar la fábrica del mundo, y de describir sus barrocos trampantojos. Un mundo de todas maneras gozoso y digno de vivirse, en el caso de Vicent.
A veces los textos tienen oculto un pequeño relato. Por ejemplo, la columna titulada Los ricos empieza con un apacible paseo con una guapa muchacha y su perro, y termina con un suicidio. En trescientas palabras no cabe más vida y muerte. Si se ahonda un poco, las columnas son un cuento moderno, no una estampa fija.
De pronto, algunos domingos, a través de las columnas se puede entrever la cinta azul del Mediterráneo. (Son las que prefiero, qué le vamos a hacer) Un mar cuyas orillas se pueblan de nuevos y antiguos dioses, coronados de pámpanos o de billetes de banco. Los habitantes de estas orillas plenas de sol, ansias y deseos les rinden un culto antiguo. El incienso de los altares se mezcla con el olor a pescado frito.
Ahí está el testimonio de toda una época, la nuestra. Cuando ya nadie se acuerde de cómo se llaman los políticos y celebrities que aparecen en las páginas interiores del periódico, estos protagonistas sin nombre seguirán siendo los que den color a la historia.
Manuel Gutiérrez Aragón