Desde el día en que el mono cayó del árbol, se puso a dos patas, cambió las nueces por la carne y generó la propia inteligencia rascándose las axilas, este ser no ha dejado de arramblar con todo, sin que haya encontrado la forma de estarse quieto un solo instante. Encima, cuando la divinidad entró en la historia, lejos de aplacar esta ansiedad corrosiva, insufló en el cerebro del primate la gloria y la destrucción en un mismo concepto con el fin de que lograra la hazaña de llegar hasta el fondo desconocido de todas las cosas.