Porque a mí me gusta.
Claro que le gustaba.
Él sí se había corrido.
Dos veces.
Dentro de mí y donde le había dado la gana.
Yo, sin embargo, no. Llevábamos horas y estaba hecha un desastre, temblorosa e insatisfecha. A veces se ponía así, prepotente y dominante, y yo no podía…
Gemí contra la almohada.
—¿De verdad no te lo estás pasando bien? —susurró, esta vez contra mi oído.
—No —mentí.
—Pobrecita mía. —Chasqueó la lengua y a mí me entraron ganas de matarlo. En cuanto me soltara. Y me dejara correrme—. ¿Y a qué se debe?
Tú qué crees.