No os ajustéis a este mundo, antes transformaos con una mentalidad nueva, para discernir lo que es bueno, aceptable y perfecto (Rom 12,2).
Discernir lo que es mejor y quedaos con ello (Flp 1,10).
Quizá si las Consejerías de Educación de las diversas Autonomías se concienciaran de la importancia de educar en la vigilancia y el discernimiento promoverían una campaña de nivel nacional advirtiendo: «¡Niños!, tened cuidado con los baobabs».
LA PUESTA DE SOL
Al Principito le encantaban las puestas de sol. Como su planeta era muy pequeño, le bastaba mover un poquito su silla para contemplarlas cuando le apetecía:
El cuarto día por la mañana, me dijiste:
–Me encantan las puestas de sol. Vamos a ir a ver una.
–Tendremos que esperar...
–¿Esperar a qué?
–Esperar a que caiga la tarde.
Al principio te quedaste muy sorprendido, y luego acabaste riéndote de ti mismo y confesando:
–¡Me creía en mi tierra! (...).
–Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces.
Unos instantes más tarde añadiste:
–Cuando uno está triste le gusta ver la puesta de sol.
–¿Estabas muy triste el día que viste cuarenta y tres?
El Principito no me contestó.
LA MAGIA DEL ATARDECER
La puesta de sol es, probablemente, uno de los momentos más hermosos de la jornada. Toda la creación va recogiéndose, perdiendo color y ensimismándose para despedirse de la luz.
Al Principito le gustaban mucho las puestas de sol. Disfrutaba viendo el sol poniente, el cielo arrebolado y sintiendo en la piel la brisa de la tarde. Tanta belleza le sobrecogía y le esponjaba el corazón.
En su pequeño planeta, un leve movimiento le permitía contemplar el crepúsculo todas las veces que quisiera. Extasiado ante tanta belleza era capaz de superar la tristeza.
Difícilmente podríamos calcular la profundidad de su pena el día que vio cuarenta y tres atardeceres... Probablemente hasta el lector más adulto renuncie a intentarlo.
El atardecer es también un momento privilegiado para encontrarse con Dios. Concluidos los trabajos de la jornada y an