—Vuestra madre nunca me debió dinero —dice—. Nunca me debió nada. Tienes razón: nunca le pedí que pagara alquiler, no desde que murió vuestro padre.
Jeanie exhala profundamente. No quiere oír nada más; solo quiere que se vaya.
—Y no sabes cuánto lamento lo del desahucio. Eso fue cosa de Caroline. Insistió en que nos fuéramos de viaje, para tratar de arreglar las cosas, dijo, pero organizó el desahucio en mi ausencia. Debería haber ido a veros en cuanto regresé para daros una explicación, pero bueno, teníamos muchas cosas que resolver. Caroline estaba enfadadísima. Nunca la había visto así. Le prometí… Se lo prometí tantas veces.
Jeanie no quiere oír lo que le prometió a su mujer. No quiere oírlo. Pero él sigue hablando.
—El caso es que Caroline se enteró. De lo mío con Dot. —Se le quiebra la voz cuando dice su nombre y por un momento Jeanie ve al hombre infeliz que hay debajo de la persona a la que siempre ha odiado—. Todo empezó más o menos un año después de que vuestro padre muriera…
—De que usted lo matara —dice Jeanie.
—Bueno —replica—. Podemos entrar en todo eso si quieres, pero no es tan sencillo como os hicieron creer. Esa fue una de las condiciones de vuestra madre.
—¿Qué significa eso? —pregunta con agresividad.
Rawson desvía la mirada, no responde, y Jeanie hace una bola con el sobre. El ruido de fuera proviene del motor de una moto de cross.
—¿Se ha traído a sus amigos?
Rawson tiende el oído.
—Eso no tiene nada que ver conmigo.
Jeanie va hasta la puerta y echa el cerrojo. Prefiere estar dentro con Rawson que arriesgarse con quien sea que esté allí fuera.
—Sabíamos que estaba mal —dice—. Yo estaba casado. Le pusimos fin muchas veces, y se lo prometí a Caroline. Le prometí que no volveríamos. Dot también se sentía mal. Pero no podíamos parar. Yo la quería —dice, y su voz se vuelve más suave y más lenta—. Siempre que vuestra madre podía escaparse, nos veíamos. Si Caroline estaba fuera, Dot venía a casa. A menudo solo hablábamos, tocábamos el piano. A veces solo conseguíamos vernos una vez al mes.
Jeanie quiere taparse las orejas con las manos como una niña. Su madre y este hombre. No puede ser verdad, aunque ella sabe que lo es, de algún modo siempre lo ha sabido. Gira la cabeza, no es capaz de mirarlo, pero deja que siga hablando.
—La quería —repite—. Y ella también me quería. Lo sé. Tal vez solo fuera para escapar de la rutina diaria de ganarse el sustento, de cuidar de vosotros dos sin un marido que la ayudara, de llevar una casa, pero me gusta pensar que fue más que eso. Hablábamos de la granja, del huerto, de lo que pasaba en el mundo, de la casa. Quería renovarla, poner tuberías decentes, volver a techarla, pero ella pensaba que tu hermano y tú sospecharíais.
»Tenía opiniones fuertes, vuestra madre. Ideas interesantes Y le gustaba hablar de ti y de Julius. Os quería mucho a los dos.
Jeanie no puede soportar el temblor en la voz de Rawson, la ternura, el dolor.
—Muchas veces pensamos en estar juntos de verdad, pero... bueno, a Caroline y a mí nos pasaron algunas cosas hace mucho tiempo y al final no fui capaz de hacerle eso, dejarla. Y vuestra madre decía que debía cuidar de ti, y de Julius, por supuesto. Era una promesa que se había hecho a sí misma; nunca me contó por qué. Pero le encantaba tenerte en casa con ella.
—Nada de eso es posible —dice Jeanie enfadada—. No le creo. —Una imagen de la alianza de su madre en el alféizar de la ventana del lavadero pasa por su cabeza, e incluso mientras habla comprende que ella y Julius fueron los últimos en enterarse.
—Como creo que te dijo Caroline cuando por desgracia vino a verte, en casa hay un talonario de recibos. Era una broma entre Dot y yo: firmaba con sus iniciales junto a cada fecha. Cuando se puso enferma, vernos se volvió más difícil. Estaba muy preocupado por ella, pero no me dejó ayudarla. Supongo que se sentía culpable por no darme nada a cambio de la casa, así que me ofreció dinero. Yo no quería su dinero. Solo la quería a ella.
Jeanie siente un picor en la nariz y el latido de la sangre en sus oídos.
—Yo siempre le decía que la casa era suya, y vuestra, por supuesto, mientras Julius y tú lo necesitarais. Le decía que se la cedería legalmente, pero ella no quería. Era una mujer tremendamente obstinada cuando quería, no aceptaba nada de nadie a menos que ella diera algo a cambio. Pero no le dije a Caroline que Dot no pagaba alquiler; le enseñé el talonario de recibos y ella creyó lo que quiso creer. Y luego, cuando Dot murió, todo salió a la luz, que nunca había pagado alquiler y que seguíamos enamorados —termina diciendo con una especie de sollozo.
Jeanie se lleva los dedos al corazón, pero ya no es capaz de controlar la voz.
—Y así, sin más, porque se siente culpable o porque está sufriendo por no sé qué narices, ha venido a ofrecernos la casa. ¿Es eso?
—Quiero hacer las paces. Arreglar las cosas entre nosotros. Julius y tú podéis volver a casa, y yo... Bueno, me gustaría invitaros a los dos a que me visitéis de vez en cuando, si os apetece. Caroline no está, nos hemos separado temporalmente, a ver qué pasa. Dot hablaba mucho de ti y de tu hermano. —Sus manos se encuentran y sus dedos se retuercen—. Me temo que no me he expresado bien. —De repente mira a Jeanie directamente, y ella le devuelve la mirada a la luz de las velas—. ¿Qué opinas?
—¿Que qué opino? —grita Jeanie—. Creo que quiere conseguirse una familia. ¿Se siente un poco solo, ahora que su mujer se ha ido y su amante está muerta?
Rawson da un paso atrás.
—Quiero ayudaros. Sois los hijos de Dot, y de Frank, por supuesto, y quiero estar conectado con ella de alguna forma. Solo eso.
—Fuera de aquí.
Él no se mueve.
—¡Fuera! —Le tira el sobre arrugado, pero este ni siquiera lo roza, solo cae a sus pies.
Rawson permanece inmóvil y Jeanie, sin apartar los ojos de él, se acerca al cajón de la cocina. Lo abre de un tirón y hurga dentro con la mano. Sus movimientos sacan al hombre de su enraizamiento, como si un vendaval viniera hacia él, y de repente se libera y se abalanza sobre la puerta de la caravana buscando a tientas el cerrojo, mientras Jeanie se vuelve hacia el cajón y encuentra el atizador. Lo saca y lo zarandea en el aire con la punta hacia arriba y hacia adelante. Rawson ha desaparecido en la oscuridad del bosquecillo y la puerta, abierta, gira sobre sus goznes. La lluvia ha cesado, pero por todas partes se oye el repiqueteo de las gotas que caen de las hojas y, de nuevo, el ruido de la moto. Jeanie vuelve dentro, echa el cerrojo de la puerta otra vez y apoya la frente contra ella, sosteniendo el atizador con ambas manos.
Treinta y ocho años, piensa. El hombre que mató a su padre. No puede creerlo. No puede. No piensa hacerlo.